Un cuento
Explorando una rama de una novela notable: "El hombre que fue Jueves" (The man who was Thursday). Un pequeño homenaje a su autor, G.K. Chesterton.
Todas las publicaciones clandestinas de Alemania y el Imperio Austrohúngaro dedicaron al menos un párrafo a la muerte del Profesor de Worms. Era un filósofo nihilista que había ganado notoriedad entre los círculos anarquistas de Europa por su teoría que concebía a Dios como una entidad generadora de caos que sólo podía ser redimida mediante la destrucción. Algunos admiradores se reunieron en el cementerio de Johanniskirchhof, cerca de Nuremberg, para presenciar el entierro.
Es una tarde gris y el sonido de la tierra sobre el ataud interrumpe el solemne silencio en que se ha sumido la concurrencia. A Gabriel Syme, el poeta detective de Scotland Yard, no deja de parecerle absurdo que un grupo de anarquistas, agentes de la muerte, lamente que su mentor se uniera a la "nada redentora" que predicaba con tanta vehemencia.
Syme desprecia a los anarquistas en general, pero sólo considera peligrosa a esa especie particular de filósofos modernos que se creen que sus ideas bastan para justificar la destrucción del mundo. Sin embargo, no está en el cementerio con el objeto de hacer un arresto o de seguir la pista de alguna conjura. Espera que un viejo amigo aparezca en cualquier momento, el actor Wilks. Lo conoció en el transcurso de una aventura en la que ambos se infiltraron en una organización anarquista que resultó ser más que eso. Ahora Syme necesita cerciorarse de que por lo menos una de las personas con quién compartió aquellos terribles y maravillosos eventos es real para estar seguro de que no se trató de un sueño. En esa ocasión Wilks logró introducirse en el corazón del consejo anarquista con una identidad falsa: la del profesor de Worms.
El viejo filósofo estaba enterado de que tenía un alter ego fraudulento, pero simplemente no podía hacer nada al respecto. De Worms tenía una serie de características que lo hacían un personaje peculiar: Era miópe y medio paralítico, tenía una barba descuidada, cejas pobladas y usaba unos gruesos anteojos. Wilks exageró con sutileza cada detalle para construir un retrato que superaba al original. Los dos profesores se encontraron ante un grupo de admiradores: La versión de Wilks fue tomada por la verdadera y el hasta entonces auténtico profesor de Worms fue insultado y retirado del recinto por atreverse a jugar una broma de mal gusto pretendiendo imitar a tan eminente personaje. Así, Wilks asumió la identidad del Profesor de Worms y el Profesor de Worms se convirtió en nadie.
Syme se entretiene con un pensamiento: sólo en la muerte el viejo profesor recuperó su identidad. ¿Que hará Wilks ahora?; ¿Dejará que la figura del filósofo muera con su legítimo portador? En ese caso se pregunta si esta vez aparecerá el Wilks auténtico: un actor que decidió poner su talento al servicio de la policía británica. Tampoco descarta que pretenda hacer una broma macabra apareciendo como el Profesor que regresó del más allá... tal vez entonces se le ocurriría decir que conoció a Dios en su breve viaje a la muerte. Por supuesto, los anarquistas presentes no le creerían ni una palabra... entonces las cosas se pondrían interesantes.
Ahí está por fin. Domina la escena del entierro asomando la cabeza desde atrás de un roble cercano. Syme distingue la barba descuidada y los enormes anteojos. No parece tener intención de acercarse. Cruzan miradas durante unos segundos, después el rostro del Profesor se oculta detrás del roble y no vuelve a aparecer. Eso es todo.
Syme está satisfecho. Se abre paso a través del bosque de levitas negras y se dirige hacia la salida del cementerio. Cae una fina lluvia.
El detective baja del tren que llegó a Berlín procedente de Nuremberg. Unas horas después aborda el tren que lo llevará a París. Concluyó sus asuntos en Alemania y espera llegar a Londres lo más pronto posible. El compartimento está casi vacío. Syme se entretiene con el vago recuerdo de una chica pelirroja en un jardín de Saffron Park. Lo distrae el ruido aparatoso de un pasajero que tiene dificultades para subir al tren. Reconoce la inequívoca torpeza del Profesor de Worms. No le sorprende que Wilks regrese también a Inglaterra, pero no esperaba encontrarlo en el mismo tren. La desgarbada figura avanza por el pasillo con exagerada dificultad. Syme le clava sus ojos azules. El "Profesor" le devuelve la mirada y le dedica un sonoro "Guten tag!". Syme estalla en una carcajada. Wilks entra en el siguiente vagón.
El tren llega a París después de un viaje sin contratiempos. Syme investiga el horario de la próxima corrida a Calais y decide esperar en una taberna. Apura un Burgundy. El Profesor entra poco después con ese paso exageradamante torpe, tan Wilks-imitando-a-de Worms. Se sienta frente a una mesa y pide un vaso de leche (otro de los hábitos que el actor le impuso a su versión del Profesor). Cuando el mozo se lo trae, se queda mirando el vaso con melancolía, el mismo gesto que hizo años antes en una sórdida taberna de Londres el mismo día que reveló su secreto a Syme.
El detective lo examina con curiosidad. Se pregunta porqué se empeña en mantener esa absurda mascarada. Es evidente que no se han encontrado por coincidencia, pero el otro no parece tener intención de acercársele para beber una cerveza y hablar de las aventuras que compartieron. ¿Será una especie de homenaje? Wilks no sentía ningún aprecio por el Profesor, sólo una fascinación mórbida por su decadente figura de viejo pesimista. Más que eso, se había enamorado de la caricatura de anciano-filósofo-nihilista-alemán que pasó tanto tiempo perfeccionando. Sin embargo, la noticia de la muerte del Profesor sin duda no había pasado desapercibida entre los círculos anarquistas de Inglaterra y sería de una temeridad estúpida seguir haciéndose pasar por él. Entonces Syme comprende que se trata de una despedida y que él, como único depositario del secreto, ha sido elegido como testigo. El actor le dedicará una última interpretación a su personaje favorito. Intercambian una fugaz mirada que a Syme le parece de complicidad.
En el barco que va de Calais a Dover el Profesor se dedica a explotar todos los clichés que podrían suponerse de un viejo filósofo alemán medio paralítico. Syme se divierte escuchandolo disertar con su exagerado acento germánico sobre los horrores primordiales de la creación divina ante algunos escandalizados pasajeros, pero por lo general la representación es la de un ser triste y melancólico con excesivas dificultades para desplazarse. Aparecen las siluetas que anuncian Dover. Es un atardecer rojo. Los pasajeros miran la puesta del sol. Syme distingue la figura del Profesor andando por el lado opuesto de la cubierta. Nota que lleva las manos entrelazadas en la espalda y que su andar, aunque lejos de ser fluído, no es tan torpe como de costumbre. Esboza una extraña sonrisa que borra en el momento en que se descubre objeto de la mirada azul.
Syme piensa en la sonrisa... Wilks jamás se hubiera permitido esa licencia en su interpretación del trágico Profesor de Worms. Ahora está seguro de que hubo una representación teatral a lo largo del viaje, pero sabe que no fue por parte de un actor, sino de un personaje que interpretó una versión distinta de si mismo ante el único espectador capaz de seguir el drama...
La policía encontró el cadáver de un hombre mayor cerca del muelle en Dover. Algún oficial apunta que se parece a algún notorio filósofo anarquista. El Sargento le responde que sabe de buena fuente que ese criminal fue enterrado en Alemania y que es imposible que se encuentre en dos lugares al mismo tiempo.
En los registros de Scotland Yard se le archiva como "Desconocido".
Explorando una rama de una novela notable: "El hombre que fue Jueves" (The man who was Thursday). Un pequeño homenaje a su autor, G.K. Chesterton.
Todas las publicaciones clandestinas de Alemania y el Imperio Austrohúngaro dedicaron al menos un párrafo a la muerte del Profesor de Worms. Era un filósofo nihilista que había ganado notoriedad entre los círculos anarquistas de Europa por su teoría que concebía a Dios como una entidad generadora de caos que sólo podía ser redimida mediante la destrucción. Algunos admiradores se reunieron en el cementerio de Johanniskirchhof, cerca de Nuremberg, para presenciar el entierro.
Es una tarde gris y el sonido de la tierra sobre el ataud interrumpe el solemne silencio en que se ha sumido la concurrencia. A Gabriel Syme, el poeta detective de Scotland Yard, no deja de parecerle absurdo que un grupo de anarquistas, agentes de la muerte, lamente que su mentor se uniera a la "nada redentora" que predicaba con tanta vehemencia.
Syme desprecia a los anarquistas en general, pero sólo considera peligrosa a esa especie particular de filósofos modernos que se creen que sus ideas bastan para justificar la destrucción del mundo. Sin embargo, no está en el cementerio con el objeto de hacer un arresto o de seguir la pista de alguna conjura. Espera que un viejo amigo aparezca en cualquier momento, el actor Wilks. Lo conoció en el transcurso de una aventura en la que ambos se infiltraron en una organización anarquista que resultó ser más que eso. Ahora Syme necesita cerciorarse de que por lo menos una de las personas con quién compartió aquellos terribles y maravillosos eventos es real para estar seguro de que no se trató de un sueño. En esa ocasión Wilks logró introducirse en el corazón del consejo anarquista con una identidad falsa: la del profesor de Worms.
El viejo filósofo estaba enterado de que tenía un alter ego fraudulento, pero simplemente no podía hacer nada al respecto. De Worms tenía una serie de características que lo hacían un personaje peculiar: Era miópe y medio paralítico, tenía una barba descuidada, cejas pobladas y usaba unos gruesos anteojos. Wilks exageró con sutileza cada detalle para construir un retrato que superaba al original. Los dos profesores se encontraron ante un grupo de admiradores: La versión de Wilks fue tomada por la verdadera y el hasta entonces auténtico profesor de Worms fue insultado y retirado del recinto por atreverse a jugar una broma de mal gusto pretendiendo imitar a tan eminente personaje. Así, Wilks asumió la identidad del Profesor de Worms y el Profesor de Worms se convirtió en nadie.
Syme se entretiene con un pensamiento: sólo en la muerte el viejo profesor recuperó su identidad. ¿Que hará Wilks ahora?; ¿Dejará que la figura del filósofo muera con su legítimo portador? En ese caso se pregunta si esta vez aparecerá el Wilks auténtico: un actor que decidió poner su talento al servicio de la policía británica. Tampoco descarta que pretenda hacer una broma macabra apareciendo como el Profesor que regresó del más allá... tal vez entonces se le ocurriría decir que conoció a Dios en su breve viaje a la muerte. Por supuesto, los anarquistas presentes no le creerían ni una palabra... entonces las cosas se pondrían interesantes.
Ahí está por fin. Domina la escena del entierro asomando la cabeza desde atrás de un roble cercano. Syme distingue la barba descuidada y los enormes anteojos. No parece tener intención de acercarse. Cruzan miradas durante unos segundos, después el rostro del Profesor se oculta detrás del roble y no vuelve a aparecer. Eso es todo.
Syme está satisfecho. Se abre paso a través del bosque de levitas negras y se dirige hacia la salida del cementerio. Cae una fina lluvia.
El detective baja del tren que llegó a Berlín procedente de Nuremberg. Unas horas después aborda el tren que lo llevará a París. Concluyó sus asuntos en Alemania y espera llegar a Londres lo más pronto posible. El compartimento está casi vacío. Syme se entretiene con el vago recuerdo de una chica pelirroja en un jardín de Saffron Park. Lo distrae el ruido aparatoso de un pasajero que tiene dificultades para subir al tren. Reconoce la inequívoca torpeza del Profesor de Worms. No le sorprende que Wilks regrese también a Inglaterra, pero no esperaba encontrarlo en el mismo tren. La desgarbada figura avanza por el pasillo con exagerada dificultad. Syme le clava sus ojos azules. El "Profesor" le devuelve la mirada y le dedica un sonoro "Guten tag!". Syme estalla en una carcajada. Wilks entra en el siguiente vagón.
El tren llega a París después de un viaje sin contratiempos. Syme investiga el horario de la próxima corrida a Calais y decide esperar en una taberna. Apura un Burgundy. El Profesor entra poco después con ese paso exageradamante torpe, tan Wilks-imitando-a-de Worms. Se sienta frente a una mesa y pide un vaso de leche (otro de los hábitos que el actor le impuso a su versión del Profesor). Cuando el mozo se lo trae, se queda mirando el vaso con melancolía, el mismo gesto que hizo años antes en una sórdida taberna de Londres el mismo día que reveló su secreto a Syme.
El detective lo examina con curiosidad. Se pregunta porqué se empeña en mantener esa absurda mascarada. Es evidente que no se han encontrado por coincidencia, pero el otro no parece tener intención de acercársele para beber una cerveza y hablar de las aventuras que compartieron. ¿Será una especie de homenaje? Wilks no sentía ningún aprecio por el Profesor, sólo una fascinación mórbida por su decadente figura de viejo pesimista. Más que eso, se había enamorado de la caricatura de anciano-filósofo-nihilista-alemán que pasó tanto tiempo perfeccionando. Sin embargo, la noticia de la muerte del Profesor sin duda no había pasado desapercibida entre los círculos anarquistas de Inglaterra y sería de una temeridad estúpida seguir haciéndose pasar por él. Entonces Syme comprende que se trata de una despedida y que él, como único depositario del secreto, ha sido elegido como testigo. El actor le dedicará una última interpretación a su personaje favorito. Intercambian una fugaz mirada que a Syme le parece de complicidad.
En el barco que va de Calais a Dover el Profesor se dedica a explotar todos los clichés que podrían suponerse de un viejo filósofo alemán medio paralítico. Syme se divierte escuchandolo disertar con su exagerado acento germánico sobre los horrores primordiales de la creación divina ante algunos escandalizados pasajeros, pero por lo general la representación es la de un ser triste y melancólico con excesivas dificultades para desplazarse. Aparecen las siluetas que anuncian Dover. Es un atardecer rojo. Los pasajeros miran la puesta del sol. Syme distingue la figura del Profesor andando por el lado opuesto de la cubierta. Nota que lleva las manos entrelazadas en la espalda y que su andar, aunque lejos de ser fluído, no es tan torpe como de costumbre. Esboza una extraña sonrisa que borra en el momento en que se descubre objeto de la mirada azul.
Syme piensa en la sonrisa... Wilks jamás se hubiera permitido esa licencia en su interpretación del trágico Profesor de Worms. Ahora está seguro de que hubo una representación teatral a lo largo del viaje, pero sabe que no fue por parte de un actor, sino de un personaje que interpretó una versión distinta de si mismo ante el único espectador capaz de seguir el drama...
La policía encontró el cadáver de un hombre mayor cerca del muelle en Dover. Algún oficial apunta que se parece a algún notorio filósofo anarquista. El Sargento le responde que sabe de buena fuente que ese criminal fue enterrado en Alemania y que es imposible que se encuentre en dos lugares al mismo tiempo.
En los registros de Scotland Yard se le archiva como "Desconocido".
5 Comments:
malditos y cien veces malditos, gloria al filosofo, que muera la anarquía y que viva el nihilismo
la verdad... si no hubieramos comentado antes no entenderia ningun carajo...
pobre Worms q murio siendo lo q ya no era y queriendo ser lo q era. pobre.
Soy fan de Chesterton. Saludos Hugo.
Soy Fan de Hugo. Saludos Chesterton.
Ah! Barreri, sos un encanto
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